“Ha resucitado. Vayan de prisa y díganselo a sus discípulos”. ¡Qué noticia! Cambiaba para siempre nuestra historia y la de toda la humanidad ¡Cristo ha resucitado! ¡Finalmente han triunfado el amor, la verdad, la libertad, el bien, la justicia, el progreso y la vida! El pecado, el mal y la muerte han sido vencidos. ¡Esta es la buena nueva que la Iglesia, mensajera del Señor, comunica a todos! ¿Y qué sucede cuando recibimos este anuncio? Que, al igual que a aquellas mujeres, nos sale al encuentro el Salvador, quien, inaugurando para nosotros una nueva dimensión del ser y de la vida, nos da la certeza de que, como decía el Cardenal Ratzinger, a través de todos los fracasos y de todas las discordias humanas, se va cumpliendo la meta de la historia: la transformación del “caos” en la ciudad eterna en la cual Dios habita para siempre entre nosotros (cf. Fe, verdad y tolerancia, Ed. Sígueme, Salamanca, 2005, p. 39). ¡Podemos confiar en Dios! Él nos ha creado, nos ha salvado del pecado, del mal y de la muerte, nos ha dado su Espíritu y nos ha hecho hijos suyos, partícipes de su vida por siempre feliz! Él nos ama y, como dijo el Papa Francisco en Tuxtla Gutiérrez, le ha echado ganas a nuestra vida. ¡Echémosle ganas a nuestra vida resucitando con Jesús a una vida nueva, amando! Amando a Dios y confiando en él, dejándonos guiar por su Palabra. Amándonos a nosotros mismos, viviendo con la dignidad de hijos suyos, libres de las cadenas del egoísmo, el individualismo, el relativismo, los placeres ilícitos y el materialismo. Amando a los demás, ayudándoles a tener una vida digna, a desarrollarse, a encontrar a Dios y ser felices. Frente a nuestras debilidades y a tanto mal que hay en el mundo, hagámosle caso al Resucitado, vencedor del pecado y de la muerte, que nos dice: “No tengan miedo” ¡No tengamos miedo! ¡A echarle ganas!