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Martes, 01 Noviembre 2016 23:17

Día de muertos bajo el velo del dolor y las excentricidades

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¿Qué piensa aquél que se va, justo en el momento en que está partiendo? Dicen que en unos instantes pasa por la mente la vida entera. La pregunta obligada es qué habrá de cierto en esto cuando debamos recurrir al juguetón, irónico y hasta retador: “Entonces en qué quedamos, flaca, ¿me llevas o no me llevas?”. Para el mexicano, la muerte es motivo de miedo o de respeto, hasta de malos augurios que tratan de evitarse a base de “tocar madera”, no hablar del tema (no sea que la llames).

En ocasiones la manera de abordar la muerte se vuelve irrespetuosa, porque somos confianzudos y la llamamos La flaca, La parca, La huesuda, La calaca, La tilica, La dama fría… Porque el mexicano no se muere: chupa faros, se petatea, cuelga los tenis, entrega el equipo o ya trabaja de minero. Así es nuestra muy mexicana relación con la muerte. Pero, más allá del ambiente festivo que nos invade la víspera del 1 y 2 de noviembre para recibir a Todos Santos y a los Fieles Difuntos, se aprovecha la ocasión, porque es cuando se come pan de muerto y a carcajadas se muerde a la muerte en chocolate o azúcar, y se disfruta de grandes comilonas acompañadas de olorosas flores de cempasúchil, con su característico e inconfundible color naranja encendido. ¿Será que de ese color se viste la huesuda? Estudiosos del fenómeno o evento de la muerte, señalan que ésta no llega de un solo golpe, sino que la persona se va muriendo poco a poco. Uno a uno, los órganos y sentidos van dejando de funcionar: el corazón deja de latir y bombear la sangre al sistema circulatorio, al cuerpo, mientras la respiración se detiene y en consecuencia los pulmones y el cerebro dejan de recibir oxígeno, los sentidos cesan sus funciones y el cuerpo adquiere el tan nombrado rigor mortis. Pero, ¿qué pasa con el “yo”, con el alma? En el ámbito del esoterismo se habla de que el alma es lo único que perdura, pero no se sabe a dónde va; si en verdad es algo que abandona el cuerpo y sigue viviendo. Entonces surgen mil creencias, opiniones, leyendas y hasta mitos muchas veces inverosímiles porque no hay quien regrese a desmentirlos. ÚLTIMA excentricidad. En el colmo de las excentricidades ha habido quienes han pedido ser enterrados con bienes materiales. ¿Es esto exhibicionismo, egoísmo, amargura, un último mensaje, venganza, nostalgia, un macabro encargo? ¿Quizá encerrarse en el ataúd con aquello que significó una única ilusión, luego de alguna enfermedad, o tal vez arrebatar algo por decepción? ¿Qué encierra esa última voluntad de “que me toquen los mariachis cuando vaya bajando el féretro” a la última morada, si el difunto ya no puede oír? ¿Será que sí anda por ahí su alma? NEGOCIO REDONDO. Las excentricidades no paran en mero deseo, si tomamos en cuenta que la muerte es un negocio redondo para quienes viven de ofrecer servicios funerarios. Datos del INEGI señalan que tan sólo en el 2014 se registraron 633,641 muertes en el país y el costo de los servicios funerarios pueden ir de los 10 mil pesos, en funerarias del IMSS e ISSSTE, hasta superar los 180 mil pesos, dependiendo de la agencia que se elija y el paquete que se adquiera. Lo ofertado siempre incluye comodidades para los vivos: sala de velación –algunas con servicio de Wi Fi–, café, asesoría en trámites, traslados, embalsamado, maquillaje, ataúd e inhumación, valet parking, coros profesionales, florería, incluso publicación de esquelas en diarios de circulación nacional. Estimaciones de agencias funerarias señalan que, en promedio, cada hora se registran 60 muertes, de las cuales sólo 9 por ciento cuentan con algún plan de previsión funeraria... cientos de miles de personas dejan cada año a su familia sin un plan para enfrentar esta situación que, por la premura, los lleva a enfrentar gastos considerables. MODERNIDAD. La modernidad también ha alcanzado a los muertos y para ello las agencias funerarias están a la vanguardia, con servicios de cremación e inverosímiles paquetes para esparcir las cenizas en el mar, colocadas en urnas biodegradables de cartón o de sal o una estructura especial para depositarlas en el lecho marino, donde darán origen a un arrecife que estará “lleno de vida”. Otra alternativa es llevar la urna a casa para que esté siempre en familia. Hace días el Vaticano recordó que la Iglesia Católica permite la cremación de los cuerpos, pero no convertir las cenizas en joyas u otros objetos, conservarlas en las casas de los familiares, dividirlas entre varios integrantes de la familia ni esparcirlas en la naturaleza. La Congregación para la Doctrina de la Fe estableció que los cadáveres deben ser sepultados en los cementerios u otros lugares sagrados y dispuso que “si por razones legítimas se opta por la cremación del cadáver, las cenizas del difunto, por regla general, deben mantenerse en un lugar sagrado; es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia o un área especialmente dedicada para tal fin por la autoridad eclesiástica competente. Así, señala la Iglesia, se evita la posibilidad de olvido, falta de respeto y malos tratos que pueden sobrevenir —sobre todo pasada la primera generación— o prácticas inconvenientes o supersticiosas”. Sacerdotes católicos señalaron que tal determinación hay que tomarla como una “recomendación”, no como un mandato o un dogma, pues aplica estrictamente para Italia, al ser producto de un acuerdo de la Conferencia Episcopal de aquel país. Asimismo, señalaron que dicho documento no especifica si estos nuevos lineamientos serán retroactivos, y de ser así, qué deberán hacer los católicos que dispusieron de los restos de sus seres queridos en formas que ahora se consideran indebidas. En la misma situación se encuentran quienes optaron por sembrar un árbol y colocarle como abono las cenizas del difunto, para que éste “vuelva a dar vida”. Las costumbres son tan variadas como la imaginación lo permite. Por ejemplo, la moda cada vez más arraigada para perpetuar al difunto en un diamante, de modo que sus restos puedan durar varias generaciones. Opción que podría superar los 200 mil pesos en costo. Tan oneroso monto —explican con frialdad responsables de agencias funerarias— se debe a que las cenizas son enviadas a Europa. De manera que, ocurrido el deceso, se hace la cotización respectiva en euros. Y en función de todo esto varía el costo del servicio. más EXTRAVAGANCIAS. Las excentricidades de algunos que han emprendido el último camino son, en verdad, tan espectaculares que van más allá de azoro frente al hecho de considerar el evento de la muerte no como algo serio, tradicional, sino ordinario y trivial. En México, causó sensación el caso de las cenizas del arquitecto Luis Barragán que fueron convertidas en diamante e incluso exhibidas en una exposición en Suiza. Y causa estupefacción el que se pueda recurrir a una agencia funeraria que ofrece urnas biodegradables,como un parte de un servicio que incluye llevar hasta 10 pasajeros en lancha al área de arrecifes donde será la última morada. Existen otros servicios como poner el nombre del difunto a una estrella y registrarla oficialmente, o convertir las cenizas del difunto en una imagen religiosa, trabajo que podría costar desde 8 hasta 40 mil pesos. En el mundo de las extravagancias mortuorias se cuenta al boxeador de Puerto Rico, Christopher Perrito Rivera, quien fue velado de pie sobre un cuadrilátero, vestido con su bata, guantes y calzoncillo de boxeo. Tan extraña singularidad cobró arraigo en Puerto Rico, en lo que se ha denominado “muertos paraos”: funerales en los que se observan rara circunstancias y posturas. Como la de David Morales, quien fue velado sobre una motocicleta. O Carlos Cabrera: sentado emulando al Che Guevara, guerrillero de quien le pusieron una playera, y fue llamado El muerto sentao. Existen otros casos, como el del psicólogo y escritor Timothy Leary, investigador del uso de drogas psicodélicas, cuyas cenizas nos vigilan desde muy alto, ya que fueron enviadas al espacio en 1997. Hunter S. Thompson, autor del libro Fear and Loathing in Las Vegas y quien fue creador del llamado periodismo gonzo, en el cual el periodista es actor de la noticia, murió en 2005 y había pedido, como último deseo, que mezclaran sus cenizas con la pólvora de fuegos artificiales. Capricho que fue cumplido por su amigo, el actor que lo personificara, Johnny Depp. En el colmo de las excentricidades, se menciona el simpático caso de la mujer cuyo esposo, al morir, le pidió ser enterrado con los ahorros de toda su vida. La señora cumplió; pero, muy práctica, depositó en el ataúd de su marido un cheque por el equivalente a lo guardado, para que lo hiciera efectivo cuando él quisiera. Don José Refugio, sepulturero de los Panteones San Isidro, en Azcapotzalco, y antes en otros en el Estado de México, cuenta que a mediados del siglo pasado infinidad de personas pedían que, al morir, fueran enterradas con sus sortijas de matrimonio. “Pero aquellos hábitos decayeron porque dieron origen al pillaje. Hasta habían ladrones especialistas en abrir tumbas para también quitar las dentaduras postizas a los difuntos por el oro incrustado en ellas”. Los Pérez, señala sin entrar en mayores detalles, eran diez hermanos, cuyo padre murió por los años 80. “Yo me enteré por casualidad, uno aquí escucha muchas cosas… Pero aprende a quedarse como los muertitos: calladito, calladito. “El papá de esos diez muchachos murió y para evitar pleitos entre los hermanos, el señor pidió en su lecho de muerte ser enterrado con los documentos de la perpetuidad de la tumba donde estaban sus propios padres. Pero uno de los hijos, salió más vivo que su papá y lo enterró, sí con los documentos, pero ¡en fotocopias!. De eso se enteraron porque para hacer algunos trámites en el panteón se necesitaban los títulos de propiedad y hubo que exhumar el cuerpo. Fue cuando descubrieron el engaño. Y sí, justamente comenzó lo que el papá quería evitar: ¡pleitos entre los hermanos!”. Y usted, lector, ¿ya dispuso su última voluntad? ¿Será excéntrica o preferirá abandonar este mundo como cualquier cristiano, ser inhumado como Juan Pueblo? ¿O querrá regresar sonando sus huesitos cada 2 de noviembre? ...para ver, quizá horrorizado, lo que se hizo con sus restos o a simplemente degustar las viandas de la ofrenda en su memoria en el Día de Muertos.

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