Amigas y amigos: Termina un año y empieza otro. Esto nos hace sentir muchas cosas. Satisfacción por las metas alcanzadas. Insatisfacción por lo que no logramos. Nostalgia por los que se fueron, y por los momentos felices que quedan atrás. Ganas de salir de un año que fue difícil. Desilusión por fallas, pleitos e indiferencias personales, familiares y sociales. Gratitud por el amor recibido. Esperanza de que 2017 sea mejor. Miedo ante las incertidumbres de un futuro que se ve complicado. ¿Qué hacer con todo esto? Primero, poner orden. Porque cuando todo está revuelto no sabemos qué hacer con ello.
Para eso necesitamos ver. Y para ver es indispensable la luz ¡Y la tenemos! Porque la mismísima Luz se ha hecho uno de nosotros para iluminarnos. Por eso, al inicio de este 2017, al igual que los pastores en Belén, corremos a encontrarnos con Jesús. Como ellos, no nos decepcionemos de verlo recostado en un simple, pobre y sucio pesebre ¡Veamos más allá! Así seremos capaces de aprender de lo bueno y de lo malo, de los éxitos y de los fracasos, de lo que se ha solucionado y de los problemas. Porque como dice san Pablo: “en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rm 8,28). Jesús, nacido de la Virgen María en Belén, Dios con nosotros y para nosotros, nos demuestra que nunca estamos solos; que él está a nuestro lado, dándole sentido a todo al ofrecernos, como dice san León Magno, “la alegría de la eternidad prometida”[1]. Eternidad que se alcanza siguiendo el camino del amor, que es saber comprender, actuar con justicia, ayudar, perdonar y pedir perdón. Por eso sólo el amor puede brindarnos un futuro. Así lo recordó el Papa en su visita a México, regalo de Dios en 2016: “un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres y mujeres justos, honestos, capaces de empeñarse en el bien común”[2]. Hombres y mujeres que aprovechemos, como nos pide en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2017, “la oportunidad de una palabra amable, de una sonrisa, de cualquier pequeño gesto que siembre paz y amistad” [3]. ¡Echémosle ganas! Y para no desanimarnos ante las dificultades, aprendamos de María a guardar todas estas cosas y meditarlas en el corazón (cf. Lc 2,19). Así, con la bendición de Dios, haremos de 2017 un feliz año para la familia y para todos.
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